Aunque la agresión con fuego no es la modalidad más frecuente, en lo que va del año hubo tantos casos como en todo 2010. ¿Aumentó el maltrato o se está perdiendo el miedo a denunciar?
PorMARINA AIZÉN
REVISTA VIVA. La quemé porque era mía. (Foto de Hernán Rojas) |
Mientras escribimos estas líneas, otra mujer moría en un hospital del Gran Buenos Aires, luego de que su pareja la convirtiera en una pira, una modalidad criminal cada vez más frecuente desde que el ex baterista de Callejeros, Eduardo Vázquez, fuera acusado de incinerara a su esposa, Wanda Taddei, hace poco más de un año. Uno no quiere ni imaginar los gritos o el dolor de esas escenas que parecerían hundir al hombre en el punto más bajo de la civilización y asemejarlo a la bestia. Pero el asesinato de mujeres en el ámbito de la intimidad del hogar es, en cualquiera de sus formas (desde la incineración a los balazos, los golpes o puñaladas), la expresión extrema de una conducta social bastante instalada en nuestra cultura y que deviene del machismo.
Este sistema de valores está tan arraigado que hasta hace no mucho hablábamos de dramas pasionales en vez de violencia de género. Incluso se intentaba encontrar una justificación –para explicar lo que sucedía– en los celos, la ira, el exabrupto. Todas ellas emociones humanas. “Se le fue la mano”, dirían algunos, como poniendo un manto de piedad al espanto. A punto de conmemorar otro Día Internacional de la Mujer, es oportuno ver qué está pasando en nuestro país con el machismo, que se torna aberrante cuando deriva en sangre. A pesar de que las mujeres ocupan los lugares de decisión más importantes en el Estado y en la sociedad –no sólo tenemos una Presidenta: también hay ministras en la Corte Suprema de Justicia, en el gabinete nacional, mujeres en ambas cámaras del Congreso, en las Fuerzas de Seguridad y Armadas, así como en sitios clave en numerosas empresas–, aún no se ha borrado de la gran narrativa social el discurso de dominio de los varones por sobre las mujeres. Se nota en los programas de tevé en los que las mujeres son presentadas como objetos sexuales hasta en la calle, donde muchos se sienten con el derecho absoluto a editorializar sobre los cuerpos femeninos y, en ocasiones, humillarlos de la manera que se les antoja.
Pero ¿cómo llega un hombre a prenderle fuego a una mujer? Es muy difícil saberlo. Pero ése es el último capítulo de estas historias. Seguramente antes de concretar el horror ese hombre estuvo dando indicadores que lo convertían en un potencial asesino. Generalmente, las víctimas son las últimas en detectar su peligrosidad porque él ya ha venido naturalizando su violencia: primero a través de pequeños actos como celos, controles, y luego con el maltrato psicológico para finalmente pasar al físico. “Todo comienza muy sutilmente, con celos, control, aislamiento. La mujer se va enredando en el discurso del hombre, siente miedo, culpa, responsabilidad, espera que él cambie y, mientras tanto, sigue cediendo a sus requerimientos”, cuenta Ada Rico, de la asociación civil La Casa del Encuentro, donde todo el tiempo llegan mujeres que han sido atacadas por sus parejas o que tienen un familiar que no sabe cómo detener al agresor y convencer a su víctima de que lo deje.
La Casa del Encuentro comenzó hace ya tres años a sacar pacientemente la cuenta de las víctimas, aunque sea de modo informal. Es que la base de sus registros son los diarios y las agencias noticiosas que nunca alcanzan a abarcar todo el universo de casos. Según estos cálculos, en 2008 hubo 208 muertes de mujeres por violencia de género; un año más tarde fueron 231 y en 2010, 260.
“Nos encontramos con una mujer cuya autoestima está destruida, paralizada por el miedo y sola”, dice Rico. Miren si no el caso de Fátima Guadalupe Catán. Murió a los 24 años en su casa de Villa Fiorito, cinco días después de lo que habría sucedido el 18 de agosto de 2010: que su pareja, Martín Gustavo Santillán, de 31, la prendiera fuego. Su madre, Elsa Gerez, contó que él no la dejaba salir por celos. Hasta la habría hecho renunciar a su trabajo. Su presunto asesino está libre. A Verónica Medina, de 24, la quemó su pareja, Fernando Daniel Rodríguez, de 32, el 28 de enero delante de sus hijos. Antes de meterla en la bañadera para prenderla fuego, la había tenido encerrada diez días. Para vigilarla, ni él iba a trabajar, dijo la madre de la víctima, Carla Matosa. Estas dos chicas murieron después de la larga agonía de Wanda Taddei. Aunque este tipo de muertes no es nuevo en Argentina lo alarmante es que hayan comenzado a incrementarse después de que su historia saliera a la luz. En 2010 hubo once casos, la misma cantidad que en lo que va de 2011.
Civilización y machismo
“Las mujeres tenemos una desventaja porque es un colectivo social que ha sido sometido durante milenios”, señala la psicóloga Irene Meler, que dirige el foro de psicoanálisis y género de la Asociación Argentina de Psicología. “El machismo ha coincidido con la civilización. Es muy difícil que sea erradicado con tanta rapidez. El proceso en las democracias contemporáneas ha empezado después de las grandes guerras. Desde esa perspectiva, se ha avanzado muchísimo. No es posible revertir un proceso que lleva milenios en unas cuantas décadas”, agrega.
Sin embargo, dice Meler, en lo cotidiano “existen tanto actitudes de dependencia de las mujeres como de dominación masculina que son vistas como naturales. Y este dominio puede virar hacia el odio”. Odio que, cuando se transforma en heridas lacerantes o en carne y piel chamuscadas, ya no puede ser considerado como un acto privado ocurrido en el sacrosanto hogar, sino como algo que afecta a la sociedad toda.
La violencia de género, según Meler, se define como “ataques violentos de varones perpetrados contra las mujeres por el hecho de ser mujeres”. En la Argentina no hay cifras fidedignas sobre estos casos. Recién en las últimas dos décadas este debate ha penetrado en la sociedad civil, el sistema legal y el Estado, entre otras cosas, gracias a la insistencia de las organizaciones feministas.
La socióloga Adriana Causa, investigadora del Instituto Gino Germani de la UBA, nos recuerda que recién en 1993 las Naciones Unidas acuñaron el término “violencia contra la mujer” y que fue en la asamblea de Belém do Pará, en Brasil. En 2009, aquí se sancionó la ley de Protección Integral para la Mujer, una medida muy avanzada cuyo objetivo es “prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres”. Y no sólo la violencia física, sino también la psicológica, la sexual, la económica y la patrimonial. El Poder Ejecutivo tardó un año en reglamentar la norma, pero aún así no ha podido empezar a ser implementada porque no cuenta con un presupuesto mínimo, según sostiene la diputada nacional Cecilia Merchán.
“Lo que necesitamos es un registro único de violencia en el que consten las denuncias a la policía, a las salitas de salud, que sean registros únicos para saber qué casos hay. La ley de 2009 habilita este registro”, señala la legisladora. Pero, en año electoral, pareciera que no hay plata para estos fines.
Lo ves o no lo ves
La Oficina de Violencia Doméstica que depende de la Suprema Corte de Justicia también registró un número ascendente de denuncias. Sólo en enero de 2011, se produjeron 657. Dos años antes, la cifra había sido de 375. ¿Qué está pasando? ¿Hay más violencia o está más a la vista? No podemos tener una respuesta a ese interrogante. Las fuentes consultadas coinciden en que las historias de violencia de género, terminen como terminen, están unidas por un denominador común: el varón que trata a la mujer como si fuera una cosa. De esto nos habla Fernanda Túñez, de La Casa del Encuentro. La organización queda en un viejo PH de la Avenida Rivadavia. Al final de unas escaleras muy altas, un retrato enorme de Marlene Dietrich, la fabulosa actriz alemana del período de entreguerras, vestida con smoking sorprende por su tamaño. “La violencia de género tiene sus orígenes en una cuestión social y cultural, que es la concepción de la mujer como objeto de pertenencia. Se coloca a la mujer del lado de la sumisión y al varón del lado del poder. La cultura machista viene con la educación y nos atraviesa a hombres y mujeres por igual”, señala Túñez.
Coincide con este análisis la socióloga Causa. “La familia es uno de los lugares donde se institucionaliza la violencia de género. Se dice: ‘él la mató porque era suya’. En la medida que en que sos un objeto, no hay respeto ni derecho asociado a la mujer. No es un par, es una propiedad.”
“Te voy a quemar”
¿Volver a contar esta historia es seguir alimentando la imaginación de las bestias? Lo discutimos aquí, en esta misma Redacción, pero llegamos a la conclusión de que es mejor que las mujeres en situación de riesgo estén alertas e informadas y pidan protección a la Justicia, de ser necesario.
En la Oficina de Violencia Doméstica, Amalia Monferrer, su secretaria letrada, confirma que aumentaron las amenazas de asesinato por fuego. “Hay muchas más que se refieren a ‘te voy a quemar’ o ‘te voy a tirar en el hall y prender fuego’ o ‘vas a terminar como la de Callejeros’”, dice, mientras recorre el archivo de su propia memoria. Mientras hablamos en su despacho del segundo piso de la oficina de Lavalle 1250, en la planta baja una señora se acerca a denunciar un episodio de violencia con un recorte de diario en la mano.
El titular dice "Otra mujer quemada". Aunque todavía hay más mujeres apuñaladas o baleadas que incineradas, ¿por qué este tipo de modalidad criminal se incrementa? Con tono seguro, Túñez dice: “Yo estoy convencida de que en el imaginario colectivo quedó la sensación de que Vázquez (el ex baterista de Callejeros) iba a quedar libre e impune. Este fue un caso emblemático. Y si siguió adelante fue porque el padre de Wanda tuvo plata para las pericias. La madre de Fátima Catán no tiene para pagarse el colectivo”.
Por su lado, Cecilia Merchán dice que es preocupante que haya pasado un año y que Vázquez, que es un personaje público, no tenga condena. “La idea del incineramiento no es nueva. No deja huellas de la agresión y, en el caso de que la mujer no muera, queda con enormes cicatrices en su cuerpo”, señala. Vivir es como un castigo doble. Tan borrada está la identidad y la autoestima de la mujer que ha sido quemada, que algunas que han sobrevivido no han querido declarar en contra de sus agresores. Muchas veces, los jueces ordenan esperar el testimonio de la víctima antes de hacer las pericias que confronten la versión del victimario con los hechos. Entonces, cuenta Túñez, tienen tiempo para deshacerse de pruebas importantes de la escena del delito.
Merchán es autora de uno de los tres proyectos que están en danza en el Congreso nacional para incorporar al Código Penal la figura de femicidio. ¿Qué es? Un homicidio que tiene como base la violencia de género. ¿Por qué hace falta especificarlo en el Código Penal? Porque hoy un homicidio puede quedar atenuado por emoción violenta, aún en casos espantosos como el de Wanda Taddei. “Y no puede quedar atenuado porque casi nunca estos casos se producen por emoción violenta, porque la mayoría de las mujeres ha venido haciendo las denuncias. Violentar a las mujeres tiene que ser un agravante. Por eso pedimos la máxima pena: 25 años”, explica la legisladora.
Además, si no hay vínculo legal entre el atacante y la atacada, es decir que no están formalmente unidos en matrimonio, no hay agravante. ¿Tan vetusta es nuestra ley? ¿A qué clase de sociedad se refiere? Habrá que ver qué suerte corre un proyecto como éste, en un año tan político, aunque la diputada asegura que hay mucho apoyo de todos los bloques parlamentarios.
“La violencia de género debe tomarse desde una perspectiva política y no policial. La violencia machista tiene que estar leída desde otro lugar”, agrega Merchán.
Los rostros del dolor
Con sólo sentarse un rato en las oficinas de Lavalle 1250 se puede ver el rostro de la violencia de género: un desfile de mujeres desfiguradas por los golpes. Hoy una chica aparece también con un yeso en el pie derecho. La han partido y aún así, sonríe agradecida después de haber sido escuchada.
La Corte, y en particular su vicepresidenta, Elena Highton de Nolasco, impulsó la creación de esta oficina (que funciona las 24 horas del día, todos los días del año pero no recibe denuncias telefónicas), porque le abrió una gran ventana a las víctimas para que las escuchen, las contengan y, también, para que denuncien a sus victimarios. Aquí las reciben con médicos, abogados, psicólogos, asistentes sociales. Una orden de no acercamiento (para el agresor), que antes demoraba entre tres y cuatro meses en expedirse, ahora puede llegar a salir en un tiempo récord de 20 minutos.
“Cuando la persona termina de declarar ya tiene el acta y un informe de riesgo hecho”, cuenta Monferrán, lo que les facilita enormemente la tarea a los jueces que reciben el “paquete” ordenado del caso, facilitándoles su intervención y actuación.
Aunque esta dependencia atiende sólo casos ocurridos en Capital Federal (las otras tres oficinas están en Salta, Tucumán y Santiago del Estero y por ahora no hay ninguna en la provincia de Buenos Aires), la Corte parece haber mandado con su apertura varios mensajes hacia el interior del sistema judicial mismo: por ejemplo, que los crímenes cometidos puertas adentro no son privados sino públicos.
Además antes, cuando se trataba de violencia familiar, se escuchaba: “Arréglense entre ustedes”, pero ahora el hogar ya no es lugar de impunidad. Como generalmente no hay testigos en casos de violencia doméstica, los jueces consideraban que era la palabra de uno contra la del otro y archivaban las causas sin mayor investigación. Ahora, el testimonio de la mujer está siendo considerado como un elemento de prueba por los jueces penales. En el pasado, para los magistrados la violencia doméstica pertenecía al fuero civil. Desde la apertura de esta oficina, esto ha cambiado también.
Pero el sistema judicial es también un paquidermo pesado, y sobre un universo de casi 13 mil denuncias registradas desde septiembre de 2008, apenas hubo 42 procesamientos y un 0,2 por ciento de condenas. Aunque estos números son desproporcionados, Monferrán señala que hay avances, lentos pero seguros. Entre otras cosas, porque los fallos que están saliendo tienen mejores fundamentos, sentando una doctrina a favor de las víctimas. Aún, sin embargo, queda un largo camino por recorrer. “Tuvimos el año pasado 260 femicidios en la Argentina, que por supuesto es una cifra espeluznante. Cuando hablamos de seguridad hablamos de robos, en domicilios o callejeros, de una cantidad de situaciones, y nunca jamás es que la inseguridad principal de las mujeres es la violencia de género. Es el machismo”, nos dice Merchán. Para pensarlo.
Dónde pedir ayuda:
Oficina de Violencia Doméstica de la CSJN (no se atienden consultas telefónicas): Lavalle 1250
Dirección General de la Mujer: 0800-666- 8537
Casa del Encuentro: Rivadavia 3917, 4982-2550. Emergencias: 15-5938-4357.
Fuente: Diario Clarín - Revista VIVA
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